“En
un ruinoso edificio vacío y gigantesco, que en su día había
alojado a miles, un solitario aparato de televisión pregonaba sus
mercancías en un salón deshabitado” (P.K. Dick)
“La
experiencia estética se presenta como una refuncionalización
placentera de la experiencia cotidiana” (Diccionario de Estética)
En
¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? la teoría sobre el avance del kippel es expuesta por un
cabeza de chorlito, John Isidore, individuo fiel a la Tierra post-apocalíptica que sirve de escenario a la novela de P.K. Dick ; individuo fiel a la Tierra porque no le permiten emigrar a los neoplanetas; individuo fiel a la Tierra y discapacitado mental, sospechando si no debemos sustituir la conjunción por algún tipo de conector causal.
El edificio de apartamentos donde vive Isidore está abandonado. Todo es silencio y éste no es mera ausencia de sonido. El silencio es el signo del kippel. Dice:
" Kippel son los objetos inútiles, las cartas de propaganda, las cajas de cerillas después que se haya gastado el último, el envoltorio de un chicle o el diario del día anterior. Cuando no hay gente, el kippel se reproduce (...) el kippel expulsa el no-kippel (...) nadie puede ganar al kippel, a no ser, quizás, de forma temporal y en un punto determinado, como mi apartamento, donde he conseguido un equilibrio entre kippel y no-kippel, al menos por ahora"
La
kippelización aparece como el
hueco dejado
en (o por) los objetos que fueron en su día útiles
familiares, cuando han perdido su función y no han adquirido otra.
El objeto, arrojado a la mera existencia física, persiste como
pecio, fragmento o trasto pero al no haber adquirido otro papel
respecto al que lo mira (no es obra de arte ni pieza de museo etnográfico, por ejemplo) se transforma en algo ajeno a nuestras connotaciones, el otro lado de la realidad humanizada y familiar: lo
otro siniestro. Lo desaparecido se aparece bajo la forma de desaparición. Contradictorio y resbaladizo como un barbo. En sus cercanías, el kippel que describe Isidore es una
atmósfera y, a la vez, una manifestación
metafísica o ética de la exigencia
de que los objetos sin nadie desaparezcan, se oculten. Como no se desintegra y se mantiene perseverante en el ser, el kippel, como el silencio, grita. Gritan los juguetes del cuarto del
niño muerto porque su suerte debiera ser la extinción.
El kippel es "lo nuestro" (como cuando hablamos del amor decimos que qué hacemos con "lo nuestro") pero en ausencia de cualquier relación. Un grito de indignación o terror que nadie escucha. El kippel es la atmósfera en la que nacen los seres vacíos.
El kippel es "lo nuestro" (como cuando hablamos del amor decimos que qué hacemos con "lo nuestro") pero en ausencia de cualquier relación. Un grito de indignación o terror que nadie escucha. El kippel es la atmósfera en la que nacen los seres vacíos.
Apliquemos
esto a los
androides.
Cuando un androide rompe sus lazos con su dueño humano, ¿no debiera
desaparecer? Eso cree Deckard,
el protagonista de la novela
“Un
robot humanoide es como cualquier otra máquina. Puede oscilar entre
el beneficio y el riesgo. Como beneficio no es nuestro problema”
Si
el androide -un objeto tecnológico humanizado - no desaparece cuando pierde su función y no adquiere otra, ¿no se
rodea de un extraño silencio de inquietud, el silencio que envuelve
a las cosas que han cambiado en su destino, el trágico encuentro con
algo que no debiera de ser así? Cuando el androide
deja de ser útil, debiera ser retirado. Al permanecer con nosotros se nos plantea la cuestión
de su “dignidad”. Pareciera como sí al dejar de ser útil de
cara al exterior (útil para nosotros) adquiriera intimidad. Sucede
lo mismo con los objetos abandonados de los que hablábamos antes. El
objeto que deja de ser un útil adquiere un cierto valor cultual por su ocultación, por mantenerse al margen de nuestras simbolizaciones. Es una cosa encerrada en sí y rechaza las connotaciones que
nosotros le introducimos. Es un grito ético mudo que nos muestra la
inmensidad de lo inanimado. Lo inorgánico hablante, el horror de la piedra con intimidad...
Lo
mismo cabe decir de aquellos que fueron nuestros amores. Su sola
presencia ofende porque
amenazan. El otro es, ahora sí, realmente otro, un alma
privada y una materia compacta. Es un ello porque no hay posibilidad de volver a lo nuestro y, después de haberlo sido todo, ¿cómo plantearnos ser civiloizados conocidos? Bulle el silencio, el grito mudo.... De
verdad ella es ella.
*****
PD: Es esta reflexión nacida en 2007, el 23 de abril. De la cita que abre esta nota surgió en 2006 el blog de la Tortuga que se llamó, entonces, "seres vacíos entre mundo habitados". Curiosamente en aquel momento yo concluía más o menos con unas palabras que eran incoherentes con lo anteriormente dicho en el artículo y que, sin embargo, son lo que hoy considero. Decía:
Porque los velos no se velan ni siquiera en la sociedad de la transparencia que describe Byung Chul Han . Inconscientemente, a pesar de nosotros, se construyen en torno a un nuevo punto atractor nuevas imaginerías...
“Ven
y no pienses – dice Rachel, una androide con la que se acostará
Deckard, el caza-recompensas que debe eliminar a los androides -. No
te pongas filosófico. Porque filosóficamente es aburrido. Para los
dos”
No hay comentarios:
Publicar un comentario