lunes, 28 de abril de 2014

HIPO (Del idiotismo, la muerte de la belleza y otros inicios de la Gran Tristeza)


Veo una película en la que aparecen naves extraterrestres pilotadas por seres grises. Van más cargadas de luces que un Árbol de Navidad. No comprendo la exageración de las luces en los vehículos intergalácticos y me pareciera más inteligente y cristiano que se presentaran con un poco menos de estruendo lumínico. Al fin y al cabo, su objetivo es pasar inadvertidos, transmitir la buena nueva del agotamiento del Yo y  reconstruir los lazos de comunidad perdidos por la especie humana. 

Desvarío. En el colmo del pensar desvariado, sospecho que los alienígenas  camuflan sus vehículos y llegan a la Tierra como el macarra que aparca con el coche chispeando colores y música rap en el centro comercial. Es decir, al modo del idiota perdido. La perspectiva de unos extraterrestres con gorras y pantalones anchos que llegan a nuestra pobre casa Gaia con un derroche tan inexplicable de luz y velocidad me entristece como buena persona que soy. De momento los marcianos son silenciosos pero cabe esperar que pronto en los noticiarios de todo el mundo se dé cuenta de avistamientos de bolas de fuego con música sincopada. El planeta se llenará de ruido exógeno y todo será un poco más feo.



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Reivindicación romántica del imaginario popular. Resulta curioso que los alienígenas tengan un aspecto tan similar a los elfos, las hadas y seres del bosque. La libertad imaginativa nos lleva a ser gregariamente simples en muchas ocasiones.

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Ser idiota es un destino humano y, si me extreman, cósmico, como demuestra la exageración luminosa de los platillos volantes.

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Decía hace poco Stephen Hawking que desconfiaba de los intentos de entrar en contacto con otras civilizaciones no humanas. Primero: nos contagiarían  todo tipo de enfermedades que podrían diezmar a la población animal o extinguirla. Segundo: tal vez sea gente violenta. El modelo de la invasión europea de América nos puede servir de advertencia. Estoy de acuerdo con el físico-matemático. El riesgo sólo sería asumible si su conocimiento nos aportara respuestas flipantes a nuestras dudas metafísicas. Sin embargo no creo que sea descartable que los alienígenas sean idiotas y con sus ropas anchas, sus piercing y su gorras ladeadas lleguen a la paz del bosque rimando las inquietudes de sus anos. El derroche de energía convertida en luz de parque de atracciones o skyline sólo puede ser síntoma de problemas intestinales. Los ET son como Elvis en Las Vegas. Las naves extraterrestres son horteras y el que vengan de fuera no les salva ni justifica.


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(Mi pequeño ET) Él habla con expresiones del tipo cabrónhijo de la gran puta y otras lindezas. Son todas para mí y las asumo. Me humillo un poco más, me derrumbo, lloro y me quiebro los músculos del cuello. No tengo motivos de orgullo. No tener orgullo me convierte en oruga. Vale. Luego , al poco rato, aquí me tienen: escribiendo sobre extraterrestres.

La sangre nunca llega al río ni la tristeza a Tokio.

Él es un extraterrestre con pinta de humano.... 

Hortera y con un exceso de luminosidad nacida del miedo y de los placeres más básicos 

(el temblor orgásmico en la propia presencia).

Bicéfala, 28 de abril de 2010







1 comentario:

  1. Existen muchos alienígenas sueltos, Luis. Y es más que probable que existan. No vamos a ser los únicos de las galaxias. Un principio de humildad me lleva a afirmar su posible existencia.
    Un abrazo.

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