Veo
una película en la que aparecen naves extraterrestres pilotadas por seres
grises. Van más cargadas de luces que un Árbol de Navidad. No comprendo la exageración de las luces en los vehículos
intergalácticos y me pareciera más inteligente y cristiano que se
presentaran con un poco menos de estruendo lumínico. Al fin y al
cabo, su objetivo es pasar inadvertidos, transmitir la buena nueva
del agotamiento del Yo y reconstruir los lazos de comunidad perdidos
por la especie humana.
Desvarío. En el colmo del pensar desvariado, sospecho
que los alienígenas camuflan
sus vehículos y llegan a la Tierra como el macarra que aparca con el
coche chispeando colores y música rap en el centro comercial. Es decir, al modo del idiota perdido. La
perspectiva de unos extraterrestres con gorras y pantalones anchos
que llegan a nuestra pobre casa Gaia con un derroche tan inexplicable
de luz y velocidad me entristece como buena persona que soy. De
momento los marcianos son silenciosos pero cabe esperar que pronto en
los noticiarios de todo el mundo se dé cuenta de avistamientos de
bolas de fuego con música sincopada. El planeta se llenará de ruido
exógeno y todo será un poco más feo.
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Reivindicación
romántica del imaginario popular.
Resulta curioso que los alienígenas tengan un aspecto tan similar a
los elfos, las hadas y seres del bosque. La libertad imaginativa nos
lleva a ser gregariamente simples en muchas ocasiones.
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Ser
idiota es un destino humano y, si me extreman, cósmico, como
demuestra la exageración luminosa de los platillos volantes.
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Decía
hace poco Stephen Hawking que desconfiaba de los intentos de entrar
en contacto con otras civilizaciones no humanas. Primero:
nos contagiarían todo tipo de enfermedades que podrían
diezmar a la población animal o extinguirla. Segundo: tal vez sea
gente violenta. El modelo de la invasión europea de América nos
puede servir de advertencia. Estoy de acuerdo con el
físico-matemático. El riesgo sólo sería asumible si su
conocimiento nos aportara respuestas flipantes
a nuestras dudas metafísicas. Sin embargo no creo que sea
descartable que los alienígenas sean idiotas y con sus ropas anchas,
sus piercing y su gorras ladeadas lleguen a la paz del bosque rimando
las inquietudes de sus anos. El derroche de energía convertida en
luz de parque de atracciones o skyline sólo puede ser síntoma de
problemas intestinales. Los ET son como Elvis en Las Vegas. Las naves
extraterrestres son horteras y el que vengan de fuera no les salva ni
justifica.
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(Mi
pequeño ET) Él habla
con expresiones del tipo cabrón, hijo
de la gran puta y
otras lindezas. Son todas para mí y las asumo. Me humillo un poco
más, me derrumbo, lloro y me quiebro los músculos del cuello. No
tengo motivos de orgullo. No
tener orgullo me convierte en oruga.
Vale. Luego , al poco rato, aquí me tienen: escribiendo sobre
extraterrestres.
La
sangre nunca llega al río ni la tristeza a Tokio.
Él
es un extraterrestre con pinta de humano....
Hortera y con
un exceso de luminosidad nacida del miedo y de los placeres más
básicos
(el temblor orgásmico en la propia presencia).
Bicéfala, 28 de abril de 2010
Existen muchos alienígenas sueltos, Luis. Y es más que probable que existan. No vamos a ser los únicos de las galaxias. Un principio de humildad me lleva a afirmar su posible existencia.
ResponderEliminarUn abrazo.