martes, 1 de octubre de 2013

recorriendo el dial con un aguja oxidada

Cindy Sherman

 "  Y la abogacía es una profesión que te enseña que la vida consiste , fundamentalmente, en adaptarse, en ser dúctil, en resignarse, en aceptar hechos que ocurren fuera de nuestro control y que quizás nunca tuvimos la intención de controlar. De modo que cuando sentimos la tentación de rebelarnos.... intento convencerme de nuevo de que lo mejor es buscar alguna válvula de escape y de que esa cólera es puramente subjetiva y no hay manera de obtener ninguna compensación. Por mucho que la ansiemos. Se podría considerar que la vida no es, prácticamente, otra cosa  que el deseo de lograr una compensación. Siendo como soy, hijo y nieto de abogados, lo sé. Y también sé que no debo esperarla" (Richard Ford:Resignación en Pecados sin cuento)

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  Si fuera una ciudad podría llamarme Luisiana o, con un toque más teutón, Ludwigburg. Que los nombres ya estén pillados nada importa porque no quiero hablar de la historia de dos ciudades sino, como viene siendo habitual, de ese ente de ficción tan cercano y extraño al que podemos llamar el Yo Mismo.

 Yo mismo como ciudad.

Después del terremoto de Lisboa.

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Gracias, princesa.


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He soñado que un conocido me explicaba una operación quirúrgica que tendría lugar, Dios mediante,  por el recto. Luego, en el insomnio, he pensado en las formas de entrar dentro del cuerpo sin joderlo, sin rasgar la piel o estropear algún sensor. Y he visto senderos a través de la nariz, la boca, el ano,  la uretra y la vagina. Llegar adentro a través de los límites del globo ocular también es técnicamente posible aunque me produce grima y me recuerda las viejas técnicas de lobotomización. No sé si se puede entrar dentro (mecánicamente) a través del oído o si se habrán ya creado técnicas de nanotecnología que permitan acceder al interior por, digamos, los poros de la piel, los canales de la red nerviosa del tacto.

 Hay tantas formas de entrar dentro que el interior, eso que a veces se llama intimidad y, a veces, tripas y vísceras,  se expone en el afuera, primero como pieza rara de museo y, más tarde, como un habitual.

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Pienso desde hace dos días en la idea  de "compensación". Y creo que, inmaduro moral como soy, siempre me he portado más o menos bien porque esperaba esa compensación que llegaría bajo la forma de libertad, placer, conversación, creatividad, reconocimiento cósmico, segunda residencia o amor de los hijos. La verdad es que esperaba una compensación por cumplir con mi parte del pacto  aunque realmente:

1.- Nunca hubo pacto alguno entre el mundo y yo (o entre Dios y yo).
2.- No tengo ni idea de la compensación que me hubiere tocado en el caso en que el pacto existiera de veras. Tampoco sé lo que, sencillamente, yo esperaba. Por eso, pudiera ser perfectamente posible que ya hubiera recibido el óbolo sin darme cuenta. En ese caso, desde luego, aconsejaría que nadie espere nada de las compensaciones. No compensan.

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 ¿Se puede ser más tonto que el personaje que describo en el anterior apunte? Sí, habida cuenta de que sigo esperando el premio de consolación bajo la forma de encuentro milagroso.

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¿Por qué no duermo más?

 Para venir aquí y ver la pantalla en el silencio de la noche.

Nunca me preguntó Platón si realmente deseaba salir de la caverna.







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