jueves, 28 de febrero de 2013

Margaly, mi niña rastafari (01)


Alexander Calder: Sumac/Zumaque


Margaly, mi niña rastafari, tiene una trenzas más  largas que el radio de la circunferencia infinita. Margaly reside interina en la isla de L y en sus largas coletas habitan orangutanes colorados, evasores fiscales y algún que otro insecto de aspecto terrible o maravilloso. También aparecen en ocasiones, como atrapadas en una red,  señoritas viajeras, corazones descompuestos, enanos de circo ambulante y algún que otro orador sin plaza. Su larga pelambrera le permite aventurarse en las más lejanas geografías sin que provoque en mi miedo o sospecha de abandono o deserción. Ella siempre vuelve, siguiendo la estela de su pelo, al corazón de la isla.  Muy cerca de mi cabaña - algún día hablaré de ella - esconde la niña su champú. Y, junto al champú, la raíz volcánica de su pelo. Con Margaly nunca cabe la decepción,  entre otras cosas porque nunca promete nada oculta tras la cortina de sus cabellos.

 Margaly visita lugares exóticos que a mi nunca me exotizarán (marramiau!!, erotizarán). En silencio impostado envidio la suerte que algunos tienen cuando se lanzan por las autopistas cósmicas de su pelo y llegan hasta sus destinos, ocultos en la espesura o saltando como Tarzán con sus lianas. Yo, pobre L que se quedó sin letras, solo me atrevo a realizar prácticas de funambulismo en sus trenzas si veo debajo la extensión de mi isla. Cuando el alambre se acerca a los límites del océano doy la vuelta, me dejo caer sobre mi jungla, y le confieso a la niña rastafari que otro día le contaré y me contará lo que significa estar más lejos.

 Más lejos. L siempre quiso estar más lejos aunque nunca fue aventurero. Ni marino ni capitán de aerostato. Desear estar en otro sitio y huir es una cosa. Marearse en el vértigo del viaje otra.

 Huele el pelo de Margaly a grifa y es su pelo grifo. Nada de eso es relevante pero lo digo para que nadie sospeche de mis mentiras. Margaly, pecosa, tiene gafas de visión nocturna y llega hasta el fondo más fondo de todos los fondos. Allí donde no hay estrellas.

Y, a diferencia de tantos, luego es capaz de contarme lo que allí se ve.

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