lunes, 23 de abril de 2012

Diccionario de la debilidad. Cigarrillos



El cigarrillo de Camus y la voluntad de vivir

CIGARRILLOS


“El privilegio de fumar cigarrillos le estaba reservado a los capos, que tenían asegurada su cuota semanal de cupones; o quizás al prisionero que trabajaba como capataz de almacén o en un taller y recibía cigarrillos a cambio de realizar tareas peligrosas. Las únicas excepciones eran las de aquellos que habían perdido la voluntad de vivir y querían disfrutar de sus últimos días. De modo que cuando veíamos a un camarada fumar sus propios cigarrillos en vez de cambiarlos por alimentos, ya sabíamos que había renunciado a confiar en su fuerza para seguir adelante y que, una vez perdida la voluntad de vivir, rara vez se recobraba”. (Viktor Frankl: El hombre en busca de sentido).

De tu feo hábito de fumador, lo que más te gusta es el golpe en los pulmones del primero de los cigarrillos. Más que la coreografía de los dedos o cualquier otra simbología de cosmopolitismo y don de gentes, rebeldía y alma de osado aventurero o seductor, eres adicto al oleaje que se extiende con la primera calada por el pecho y golpea, en resaca, el estómago, la vejiga, el cerebro todo y los nervios que sujetan las piernas. La segunda inhalación del humo cancerígeno, dices, te libera de la sensación de limpieza que, como una tela de araña, se apodera de ti cuando estás un tiempo sin fumar (por ejemplo, mientras duermes). Ya no eres puro y lo agradeces. No precisas deleitarte con olores ni sabores y la saliva picante se tiñe de resistencia ante algo que desconoces o, como quiere Frankl, de renuncia a la voluntad de vivir que todo lo devora.¡Qué contradictorio todo!

El cigarrillo del fusilado, en la boca sostenido, ciega con humo los ojos. El reo hace homenaje a su gallardía y, despreocupado, se machaca la garganta y los alvéolos, atadas la manos en la espera de la detonación. Así se siente el que desea dejar de fumar en el día anterior a su heroísmo. En el amanecer que ya presiente en la frialdad de la espalda, saluda,  mientras se orina de miedo, al pelotón.

Cariño, todo lo exageras porque, para ti que tanta debilidad habitas, es necesaria esta distorsión de imágenes en el espejo. Contemplas tu doble a través del humo y dices: "¡Maldita sea! ¡Tocó de nuevo la costumbre de preservar la vida!". Sabes, mi amor, que te prefiero sin el olor de los cigarrillos violentando tu piel. Busca otros desgarros para tus pulmones. Inspira hasta el fondo las decepciones que cada día te presento y con las que honro, devota, al más débil de los hombres.

2 comentarios:

  1. Pasaré de puntillas, L, que llevo mes y medio sin fumar y aún estoy muy tierna.
    Eso sí, me encantó el texto, y qué verdad es lo que señala Frankl.
    Abrazos.

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  2. Dame una calada, Albert. Luego hablaremos de toda esta miseria, pero contágiame, contágiame esa voluntad de vivir.

    Saludos, L.

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