martes, 24 de enero de 2012

Drop Out (5)



Naomi Fisher, Vizcaya, 2011 (history lesson)

 Todo final tiene una estación penúltima, amanecer más que crepúsculo,  en el que la tristeza se muestra más dulce que otros días,  las cosas pierden sus perfiles amenazantes y se convierten en realidades familiares.Tras la habitación en el bosque de nuestros tres personajes, el abandono se resquebraja. Las costumbres  nos permiten redactar una antropología del grupo y hoy, en la semiconsciencia del aún no del todo despierto, podemos llegar a detectar esos gestos que preceden a la traición. Anuncian que la salida del hogar nunca es definitiva. Se retorna, hijo pródigo que aún no sabe su nombre, el penúltimo día de la historia.

 En el alba de la cuadragésima jornada, L camina ya sin bastón y recorta  esquejes de las plantas que instaló en su silla de ruedas. Proyecta, vagamente, un campo de flores; cae en la trampa del futuro. Él se despierta con esta rutina que le ayuda a desperezarse,  mientras Jane duerme el sueño cubierta por una ligera manta  y el niño de trece años, desertor de la poesía adolescente, recoge piedras biseladas cuyo origen el agua del río no puede explicar. Ni Jane ni L pudieron ofrecer respuesta al interrogante,  al misterio de esas rocas que replican, en materiales diversos, hexaedros y pirámides. Y esferas. Mientras L inicia las tareas que ayudan a quebrar la noche, alza la vista y contempla las enredaderas que  tomaron lentamente y al asalto, hace ya una semana,  aquel esqueleto de ramas en el que vivió L su mortalidad, su  duelo y su alivio,  pasando del negro al violeta, gracias al cuidado de Jane. Ésta le dio el alta ayer mismo, observando que el esqueleto que le había insuflado superó el riesgo del rechazo y podía ser, si esta palabra tiene en L sentido, definitivo.

 En el amanecer hay un momento de silencio que antecede al jolgorio de los pájaros. El silencio, la calma total,  hoy duró más de lo debido y fue  seguida por el sonido rasgado del bosque en retirada. La selva se encoge y sorprende a todos, arracimados en un claro que la resaca vegetal respeta. Las ramas, látigos que restallan sobre el cauce del río y en el aire, se recogen  movidas por un resorte mecánico (o "como por un resorte mecánico") y, poco a poco, a esa velocidad que sólo las galaxias soportan en la lejanía del rojo, deja a nuestros niños perdidos (¡qué candidos!) en el linde, abierta de repente la perspectiva y mostrando prados de hierba corta. A lo lejos el páramo, las colinas y la sucesión de rocas desnudas con pliegues de té y tomillo.

El bosque se retira como el mar en el sunami. El  ruido-silencio anticipa, con evidencia geométrica, la llegada próxima de la ola destructora. Jane coge de la mano al niño y corre hacia la montaña. L, con movimientos maquinales,  les sigue a buen paso (su caminar de contractura y ángulo recto...  aunque ya pasó la etapa hospitalaria, no podemos negar - con risa - que L necesita rehabilitación y fisioterapia). No han ascendido demasiado cuando, mirando hacia atrás, tiemblan con esa selva que  retorna a los campos, caótica en su furia vegetal, montaña de mil hojas que se abalanza sobre el terreno feroz. Ruge y deja claro que el bosque ya no es su bosque y que no cabe retornar. Raíces y tallos espinados  prohíben  el acceso. Cuando llegan a la cima, los pájaros vuelven a sus cantos como cualquier otro día.

 Desde lo alto del otero, Jane mira el mar en la cercanía del horizonte. Con sus ojos ahora  felinos y sus manos de geómetra implacable, traza una línea recta hasta el embarcadero. Parece que ha olvidado su pasado de criatura arbórea.  Es lo malo del retorno al origen. Se borran - o  caen en la debilidad más absoluta - las estaciones penúltimas. El retorno al origen, la vuelta pródiga a casa, es el inicio de la jerarquía y la anulación de los pasos medios, la voz media... todo lo que humaniza (como los sonrojos y las sonrisas) desaparece en la ferocidad del primer punto metafísico: ese hogar en el que siempre existe la seguridad del fuego y el pan. Fuego y pan sois, oh queridos, signos de la humillación cobarde.

- El barco que me trajo a la isla me espera. Vuelvo a casa - dice Jane.

 El bosque que rodea el cerro ha dejado abierto un camino, senda que no es cortafuegos,  casi pisada de gigante de pies pequeños que aplasta momentáneamente la selva. Línea recta hasta el mar, pista forestal que podría hacerse en otra ocasión en trineo y que le lleva a pensar al niño de trece años en su cadencia por el movimiento rectilíneo. Recorren silenciosos la vía sin querer mirar a los lados. También los judios cruzaron el Mar Rojo en esas condiciones, sabiendo que no tenían nada que temer salvo la desobediencia del esclavo, el ansia de volver atrás y querer hacer, de todo lo que pudo haber sido y no fue,  una segunda oportunidad. L desea ahora, rodeado como está de árboles cortados a tajo, el cuerpo de Jane. Besar y jugar con su cuerpo.  Los cuarenta días pasaron sin que L superara su adicción al cuidado y la terapia. Ahora, dispuesto a ser activo, choca con una  Jane que tiene otro objetivo. Magnificando el poder de su matriz, L cree que el sunami del bosque ha sido provocado porque ella, en la metamorfosis, había ya cambiado su teleología, es otra y toca ahora volver al inicio.


Show me the place
where you want your slave to go
(Leonard Cohen)

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Let the children lose it
Let the children use it
Let all the children boogie
(David Bowie: Starman)

¿Y el niño de trece años?

 Superada su faceta de poeta adolescente, sin necesidad tan siquiera de ser un rimbaud, dejaremos que retorne a sus experimentos físicos y debata con el principio de inercia la posibilidad del quiebro de noventa grados, la conversión de su vida en una L, esa L que le lleva al colegio donde podrá interrogarse sobre el origen y sentido de esas piedras cortadas a bisel que extrajo del río. Sin duda ha escuchado la voz del hombre de las estrellas y se esmerará en la tarea de no dejarse reventar la mente . Aunque para ello deba rompérsela él con todos los muros de sentido y sinsentido que encuentre. Experimentará  con el amor y el deseo, dejando que todas las químicas fluyan hacia sus ojos. Nosotros, ahora, dejaremos que pierda y combustione su alma. Le dejaremos bailando con  la geometría de los hexágonos minerales que coleccionaba. Uno siempre espera que el niño nunca llegará a ser como L por mucho que este jure que, hace ya muchos años, también era un niño de trece años que rimaba en consonante.

El reencuentro con el padre ya no será posible.

4 comentarios:

  1. El ser se arracima al verbo, proferizando lo que la metáfora no puede. Incluso creo que es el llanto, el vagido del recién arrancado del placebo y la conducta del refugio o reflejo en la boca. Veo una Jane condicionada y codiciada por el Bosque. Un niño tanteando los códices empíricos inquietando a los insectos allí zanjados, con un resoplo, acunando a la araña.

    Un saludo L.

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  2. Hoy encuentro un alto componente lírico en la historia, imágenes que se deslizan como la seda, oscuridad que se entraña en sus recovecos para mejor decirse o nombrarse.
    Una idea, unas cuantas palabras me han traspasado como una flecha: "cae en la trampa del futuro". Cuántas veces todos caemos en esa trampa, en esa alucinación que nunca se cumple con la fuerza de las expectativas puestas en ella.
    Un abrazo, profunda tortuga.

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  3. L. Y pensar que me suena tanto este estilo como la experiencia magmática que lo saca a flote. Qué curioso. No sé si L es un ángulo recto o simplemente el simbolismo de una conducta. Pero me gusta la manera de expresarte que tienes. Mucho.

    Un abrazo.

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  4. Gracias por los comentarios.

    CC Rider: ¿El bosque codicia a Jane? Realmente, no sé si el bosque codicia nada. En su rítmico plegarse y desplegarse nos toma y nos escupe sin amor ni odio. Quizás el escenario sea irrelevante y, en lugar del bosque, toda la escena podría desarrollarse en una oficina o en un supermercado o en una lonja abandonada... aunque, bien pensado, también podrías decir que esos espacios codician a Jane. Lo pensaré. Por otro lado, no tengo percepción sagrada de la naturaleza, de la physis, del ser... soy, digamos, un poco schopenhaueriamo. Creo que toda profecía esconde trabajo de araña en el mejor de los casos cuando no a un tonto útil.

    Isabel, muy amable por dignificarme en las alturas líricas. Lo de "profunda" aplicada a la tortuga sólo sirve para una de las cabezas. La otra no cree en la profundidad. Esa es mi cruz y mi cara. Sigo aprendiendo de tus mesurados comentarios.

    Fackel: gracias por pasar por aquí. Me hace gracia que digas que "te suena" el estilo y la experiencia magmática que lo saca a flote. Me gusta lo dele eco y, también, ser doble algo.

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