sábado, 24 de diciembre de 2011

Caspar Friedrich: Frau am fenster (1822)

 Querida  Ana: 

    me cuenta tu avatar de carne y hueso (y soy de los que creen  que sólo en la piel hay patria) que visitas en ocasiones este espacio de ruinas y necedades, bicéfala región que navega geológica en busca de la isla de L y otras morfologías. Me dices que llegas y lees (sentada y en ritmo lento) pero prefieres comentarme en el encuentro de los ojos tus sensaciones sobre la salud del señor L. Porque cuando me ves me preguntas por el Señor L, como si fuera un conocido o, casi mejor, un pobre loquito al que yo tengo encomendada la tarea de cuidar su salud espiritual. 

 Soy de los que creen que la escritura es tarea de exhibición y que el otro que lee se exige incluso cuando no se tiene más pretensión que lanzar frases en una blog en la que podría confesar mis más horrendos crímenes y mis deseos más lascivos sin que temblara lo más mínimo el bosque. Ni para movimiento de alas de mariposa da. Pero ese inútil  y precario lanzar palabras -  para que,en los postres,  sólo dios las vea y juzgue - siempre sueña con su público, con el otro lector que deja que la piel se vea afectada por mis palabras.  Mi escritura es vocacionalmente sierva de la piel y pretende provocar estremecimientos. Sinceramente pienso que mi voz es tan  tenuemente erótica o suciamente pornográfica que mis estilo alambicado y complejo, la dislocación de las palabras y las imágenes, no deja de ser una máscara de mi vergüenza judeocristiana. Hablo del ser y sus divergencias pero mi buen lector debe sentir un escalofrío en alguna parte de su cuerpo. Si es mujer, quizás, en esa parte final de la espalda que se acerca en curva al culo y que suele venir ornamentada con dos coquetos hoyuelos. 

 Dice Estelle, una de las protagonistas del "A puerta cerrada" de Sartre:

- Mi imagen, en los espejos, estaba... domesticada. La conocía tan bien... Ahora, si voy a sonreír, mi sonrisa irá al fondo de sus pupilas y Dios sabe en qué se convertirá en ellas.


 Supongo que esta idea es uno de los ejes de la voz que me construye y destruye en este negocio de la escritura. Me ha costado muchos años aprender a mirar a los ojos de la gente. La escritura es un modo de mantener la mirada y dejarse atravesar (o atravesar uno) las imágenes domesticadas que nos da el espejo. Así que, amiga, sé que te sonrío y que mi sonrisa viaja hasta el fondo de tus pupilas. No sé en que se convertirá allí. Toda mi escritura es sonrisa. Incluso cuando hablo del apocalipsis o rayo con la punta seca de las palabras truncadas la plancha del lenguaje, del alma, de la piel a veces.

 Querida Ana: me llamas Señor L y entro en extravagante confusión. Este cuadernillo de bitácora lleva desde hace varios años siendo testigo de un proceso de deformación y destrucción sistemática del alma. No hay masoquismo, amiga. A veces destruir en este espacio de ficcionalidad es la mejor manera de apuntalar el derrumbe del edificio de la carne y la sangre, el desgaste de la piel y del ritmo cardíaco. En todo caso, L es el último signo de un nombre que poco a poco fue perdiendo letras. Incluso intenté llevar la letra a la minúscula ("l") pero la grafía de la ele minúscula es inapropiada, tan parecida al uno, ese número antipático en su virilidad de macho monoteísta. Además, sigo creyendo en la relevancia de la mayúscula para signar las cosas. Por todo ello, cuando me hablabas del Señor L no podía sino estar confuso. ¿Señor? ¿No es contradictorio llamar  Señor a la última de las grafías de mi nombre, esa L tan normalizada en el ángulo recto, tan imprecisa huella de la destrucción salvadora de mi alma? 

¡Ay, querida amiga, qué extraño es todo! Porque fue nombrar al Señor L y ese tipo se hizo real. Efectivamente, el Señor L apareció en este extraño planeta  y yo me sentí, en virtud de tu nombramiento, como tutor de sus andanzas, como el psiquiatra que examina al enajenado Real, sí, el Señor L, dando al traste con el proyecto de anulación de sí, porque no nos cabe el olvido, ni cabe esperar un nuevo año si no un retorno bromista a lo pasado. El señor L, el señor de Bamberg, ese caballero cristiano que protege a la joven Sinagoga, el descubrimiento de mi viaje a Alemania en 1990. Señor L, dices,  señor de Bamberg, buscador de la princesa de los ojos tapados, el secreto mejor guardado de la isla de L.

Bamberger Reiter und  Synagoge




 En fin, sea todo lo dicho anécdota para desearte una buena navidad y un buen año. Siendo tú, por azar y en precariedad, todos los que se pasean por aquí, comenten o callen, sintiendo en la piel la polinización cruzada de los mundos. A ellos, a todos o a nadie, mis mejores voluntades.

Señor L


2 comentarios:

  1. Agradecerle Señor L la cortesía de dededicarme un espacio en su diario, y más encontrármela el día de Navidad para también aprovechar y felicitarle en un día como éste todos los demás que le aguardan en su devenir.
    A mí el señor L me transporta a los mundos de Escher y sus dibujos imposibles, así que seguiré su hoja de ruta también un tanto infinita a ver si me lleva a esa isla perdida en la red.
    Y ahora ya sé de quién son esas sonrisas que han echado raíz en mis pupilas.Las procuraré cuidar.
    Mis mejores deseos para el Año Nuevo y para lo que de éste nos queda!

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